
La primera parada es Angelín. Lo vimos un día desde el 168 y no se salía de nuestras cabezas así volvimos al 168 para llegar a Córdoba 5270, un lugar que nunca decidiremos si es Palermo o Villa Crespo.
Quienes lo
conocen saben que la entrada engaña. Parece que ese estrecho cuadrado es todo y
que sólo se come en la barra. Nadie engaña a los cara de pizza. El que esta
noche conduce la expedición sabe que hay que poner cara de entendido y seguir
para el fondo porque los salones se continúan como en una casa chorizo. Ahí
elegís mesa – cada una tiene un número adosado a la pared, como el número de la
casa que te aloja mientras dure tu pizza- y esperás al único mozo que se pesca
al boleo pero que no falla.
Fieles a algunas
tradiciones tomamos un moscato –hay de litro, de ½ y ¼- y armamos la
combinación: media muzzarela, un minimalismo revelador de lo que hace el
talento de un pizzero sin adornos en que escudarse, y media fugazzeta (que es
una fugazza con queso). Hacia el final de la visita, uno de nosotros quedará
conforme con el cobro proporcional de las mitades, un punto a favor de tantos
redondeadores a la variedad más cara.
No nos
entretenemos en aceitunas cumplidas y vamos a lo que importa. Nos gusta que la
masa no sea toda la pizza, o que la pizza no sea toda masa. Sostiene su carga
sin excesos. Los bordes y la base crujen delatando esa variedad esponjosa que
por tamaño se tuesta y casi se fríe en jugos puestos a propósito o prestados de
su cubierta. Nos gusta. Y nos gusta más que en la muzzarela haya mucho queso
pero que también haya mucha salsa. Y que la salsa tenga cebolla. El tomate
asoma abajo del queso, la cebolla se muerde atrapada entre los dos, está y
quiere hacerse notar. Algunos podrían extrañar el orégano puntuando el queso
pero suponemos que hay algo de identidad en lo austero.
Si una muzzarela
pasa la prueba no hay mucho más que una fugazzeta pueda agregar, alcanza lo
descriptivo. El queso, mucho, atrapa la cebolla, que también es mucha pero no
agrede: justa proporción de grasitud y cocción.
No nos olvidamos
de otro clásico. Toda pizza merece su fainá y esta viene escondida abajo de la
masa. Como tenemos corazones vintage apreciamos que sea despareja, de esa que
se hace en una fuente enorme y se corta zigzagueante y no la que trata de
imitar a la pizza desde su fuente hasta el corte. Hubiéramos querido algún
sabor más punzante que falta por la desafectación de los condimentos o por los
siempre sospechados garbanzos rebajados. Para compensar, tiene el grosor que
tiene que tener, se le desprenden las capitas de arriba y abajo y, como la
pizza, le crujen los bordes que reclaman que los mordamos al final. .jpg)
Angelín queda en Córdoba 5270 (CABA).
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Angelín queda en Córdoba 5270 (CABA).