Podríamos empezar
con un “todo me recuerda a ti” continuando la entrada anterior. No es porque
hayamos quedado prendados de Jaimito. Quedamos, pero hay una sintonía que no
podemos obviar desde la ubicación esquinera y el look barrial sin pose de El
Mazacote. Incluso en la línea casi recta que podríamos trazar desde allá hasta
acá, Chile 1400, en el barrio de Montserrat. No queremos indagar demasiado en
el aire de familia a riesgo de encontrar una megacadena oculta bajo múltiples
fachadas de austeridad así que nos remitimos a lo observable, pero digamos
observable con todos los sentidos.
Las promesas son
las mismas: pizza a la piedra en horno de leña, que parece una pero son dos. Y
esta vez sí que vemos las llamas allá a lo lejos atrás del mostrador. La carta
nos apabulla con la misma variedad desmesurada hasta el absurdo de la
superposición de combinaciones que ocultan ingredientes sospechosamente
similares con organizaciones y nombres diversos. Hacemos como si efectivamente
continuáramos algo y no caemos otra vez en el engaño de una portuguesa que no
se ajusta a nuestros preconceptos (lo que no le quita mérito pero esto es puro
impresionismo y queremos ajíes tricolores en todo lo que se precie de
portugués). Vamos por más porque hace tiempo empezamos a olvidar la máxima
autoimpuesta de una muzzarela por lugar para garantizar la exactitud de las
comparaciones. Somos arbitrarios y subjetivos, no está mal cuando se trata de
gustos. Están invitados a llevarnos la contra. Somos, eso sí, fieles a la
glotonería y a la máxima proliferación dentro de los estrechos límites
impuestos por el menú: pedimos muzzarela con roquefort y una de las
combinaciones reiteradas, tomate y cebolla, superposición de lo mejor de los
clásicos mundos de la napolitana y la fugazza.
Cumple lo que
promete. Al horno – de leña, de lo que sea, no somos tan exquisitos- lo delatan
los ojos tostados en el borde crujiente, inflado, lleno de aire de una masa de
esas que saben imponer su personalidad sin la prepotencia del grosor. Lo delata
también una fainá que es puro calor desde el dorado de arriba hasta el borde
crujiente. Logros que suman puntos. Una pizza sin fainá solo se acepta en casos
extremos. Otras experiencias, ya hablaremos. Aunque no necesitaba nada más, vale el exceso y combinamos con una "fainazzeta". El nombre se explica por sí mismo: hay que sumar virtudes de fainá a virtudes de una hipotética fugazzeta que no llegamos a probar. Lo crujiente que se pierde en una montaña de queso de la que solo asoma un incomparable borde se equilibra con cebollas doradas. Por lo demás, la pizza es grande y
tiene todo lo que hay que tener. Y por encima de todo eso, tiene aceitunas:
grandes, jugosas, sin carozo (heterodoxo, pero imprescindible para ser parte de
la misma mordida).

Para matizar, nos
quejamos del uso desmesurado de la sal. Culpamos a la salsa, al queso, a las
mismas aceitunas. Equilibramos con dosis recargadas de agua en las próximas
horas y adelante, no resta demasiados méritos y
sabemos que además se trata de una reivindicación más bien personal. Insistimos
en que todo está en los detalles. Nuestros paladares pizzeros quieren sorpresas
sin desvíos, una razón para la proliferación de manos maestras y una excusa
para seguir la recorrida. 
El Mazacote queda en Chile 1400 (CABA).