Armamos nuestro mosaico.
De un lado, Canchera. Ya no vamos a discutir quién la inventó. Los italianos
inventaron la pizza pero ninguno de nosotros resignaría todo esto por una
vuelta a los orígenes. Salsa de tomate, ajo picado, perejil, anuncia el menú.
Pero falta aclarar que la susodicha salsa es gruesa, roja, sólida y mucha para
no fugarse por la masa. Ni para caerse por los costados, lo que capaz es lo más
importante. Pica, como tiene que ser, y nos refresca la garganta que se va a
exponer a nuestra letalísima segunda mitad: Bretona. Queso, roquefort, cebolla,
aceitunas. También perejil, aunque no lo dicen como no dicen que la canchera
también tiene aceitunas. Puede que sean tan complementarias e imprescindibles
como la fainá. Una apreciación que nunca falla: felicidad. El roquefort se
siente, es su cualidad, pero caracolea entre la muzzarela sin ningunearla. Deliramos
de felicidad y sentimos destellos verdosos entre la cremosidad. Para que el
paladar no se duerma ni se derrita. Tenemos que advertir que entre un queso, otro
queso, tomate y todo lo demás, lo de arriba equipara en grosor a lo de abajo.
Podemos formular una ley de proporción: toda pizza que se precie, o que
a-preciemos, balancea forma (masa) y contenido (queso, etc.).
¿Qué nos está
faltando decir? Es evidente que nos creemos mejores que los inventores de la
pizza porque la acompañamos con fainá. Arriba, al costado, junta o separada. No
hay dos sin tres, como dicen por ahí. Asoma la controversia. Algunos la
quisiéramos más finita pero no podemos quejarnos; ha burbujeado de lo lindo y
se siente la garbanzocidad. Nada de mezclas, todo sabor. Y lo más importante si
atendemos a la promesa promocional: el corte es desparejo, inexplicable...como
los de antes.
El Imperio de la Pizza queda en Corrientes 6895 (CABA)