Baluarte de las pizzerías tradicionales este barrio no tan
viejo para sumarse a la ola de glamorización pasadista y todavía resistente al
vecino barrio invasor, sobre todo en regiones como esta, contaminadas por
tufillos futboleros poco pintorescos y algunas industrias cuestionables. Sin ir
más lejos, en este humilde recorrido de escritura pizzera ya es su segunda
aparición. Sabemos de alguna más y sospechamos o creemos recordar algunas otras
que ya vendrán. Por ahora le toca a Nápoles, que no cuenta con vistosas
esquinas ni relatos legendarios. A simple vista no nos invita ni su puerta vidriada ni su decoración de
medio pelo. Pero sabemos más. Y todavía más parecen saber los que ya están
adentro comiéndose sus fugazzetas e iluminando nuestro camino.
Antes de probarla ya nos endulzamos porque viene en tabla y
nos la sirve el mozo, no que tengamos
fascinación por el servicio pero nos seduce la práctica sin ostentación
de cortar y barajar la servida con la palita como única herramienta. No debe
ser nada fácil; hay queso y es mucho. Evocamos la ley de la proporcionalidad
entre masa y queso pero dudamos de usarla como juicio de valor. En el fondo nos
gusta que sea finita y no alcance a contener la catarata. Recuerden que una
fugazzeta es rellena o no es y que por lo tanto todo grosor se multiplica por
dos con el riesgo de terminar opacando a su partenaire. El delicado equilibrio
se completa con unas cebollas bien tostadas que le dan color al asunto y se
hacen amigas de tanta liquidez obscena.
Nápoles queda en Corrientes 5588 (CABA).