jueves, 21 de enero de 2016

Via Apia. Rosario

Por primera vez, Cara de Pizza se va de viaje. No vamos a mentir un tour pizzero que solo nos transporta humildemente de barrio en barrio pero sabemos aprovechar una oportunidad. Estábamos en Rosario y nuestras indagaciones nos habían dado un vago conocimiento a distancia de cuáles eran las pizzerías recomendables, por clásicas y/o ricas, de este lugar. El azar, el ordenamiento geográfico y temporal y una cierta predilección por la pizza a la piedra nos mandó derechito a Via Apia en la trillada y atestada Av. Pellegrini. Llegamos precavidamente temprano, temiendo aglomeraciones, colas y esperas a las que jamás estaremos dispuestos. Tanta planificación resulta innecesaria porque ni cuando entramos ni más tarde ocurre nada de lo que habíamos anticipado y así empiezan las sorpresas de la noche. Por más clásica que sea, el cambio de ciudad nos tiene un poco desprevenidos y avanzamos a ciegas, aventureros de la pizza regional.

El principio, entonces, es lo casi imposible que hubiera sido no conseguir mesa en un lugar donde todo es enorme. Fiel a la filiación romana, Via Apia tiene proporciones y ademanes clásicos. Entramos por una puerta enmarcada por columnas que se repiten hacia adentro y que sostienen una enormidad que reencontramos en el salón, reforzada por la dispersión de las mesas, también enormes, una extrañeza totalmente pintoresca para estos porteños acostumbrados a la barbarie encimada.  Estamos lejos de los demás y uno del otro. Todo está en ese escenario en el que, nos entusiasmamos, podría materializarse una pizza de excesos fellinescos.

Lo primero que aparece, sin embargo, son dos nuevas sorpresas. Un platito, este diminuto, rebosante de un pan de pizza lleno de queso –más pizza que pan. Nos desalienta un poco que el entremés venga a remplazar la inverosímil inexistencia de la fainá - ¿por romana?¿por rosarina?- pero la desilusión dura poco, casi tan fugaz como el pan de pizza. 
La segunda sorpresa es un menú escrito en italiano y de una variedad demencial que obliga a la agrupación en categorías: tradizionale, verdure, formaggio, speciale, frutti di mare. Navegamos por la novedad lingüística y nominal. Nos debatimos entre la tradición propia y las nuevas oportunidades. Repartimos mitades a medio camino entre una y otra: Pimientos y Champignon que en realidad comparten muzzarela, tomate, pimientos – morrones en variedad dialectal rosarina, digamos- y oliva que en la segunda se completan con champiniones y salsa calabresa.


Ya que la sorpresa es el leit motiv de esta comida, la llegada de la pizza trae la última. Tiende a lo enorme como todo lo demás pero eso ya ni llama la atención y mucho menos amedrenta. Lo que choca contra nuestros preconceptos es el grosor. Aprendimos a asociar la pizza a la piedra con la delgadez –de la masa, se entiende- y lo que se planta en el medio de nuestra mesa perturba nuestras categorías. Para ser a la piedra es gorda, nos decimos, pero vamos descubriendo que esa particularidad, como las columnas del salón, sostiene un último exceso: hay tanto queso que desborda. El grosor cumple su función igual que los bordes elevados, otra marca distintiva, que hacen de nuestra comida una especie de pileta en la que quisiéramos flotar con salvavidas de pimientos y aceitunas – sorprendentes también, ellas, cortadas aunque con algún carozo extraviado por ahí. Nadamos felices.

Via Apia queda en Av. Pellegrini 961