Hay un lugar donde Caballito ya termina y Parque Chacabuco
no empieza. Después de los bares y antes del parque, cerca de donde el antiguo
final del subte A establecía la frontera urbana, hay una tierra de nadie donde
todavía existen cosas como La Posta de Achával. Sobre el corredor de
Directorio, ese pariente pobre de la mística barrial de la Av. San Juan, a esta
esquina no le quedan pretensiones de ningún tipo, ni siquiera las que pregonan
una estética de banderines y la invocación al clásico. Ni hace falta. Sobran
las camisetas de colores sospechosos que decoran sin querer el fragmento de
pared rosada que asoma del símil madera que cubre las paredes. La armonía es
perfecta: la estética misteriosa se completa con mesas que deben ser las mismas
que pusieron cuando se instalaron, igual que los mozos, y con el superpuesto de
maní y papitas que acompaña la cerveza en una canasta forrada con servilleta.
No salió de la bolsa que ofrece el surtido prearmado, es pura inspiración. Y la
pizza está buenísima.
En el caso de que no sea ninguno de los dos y nos hayan confundido con algún famoso de la casa o de la vida en general, igual le levantamos unos cuantos pulgares por razones más trascendentales que la atención, los precios y la temperatura de la cerveza. Señores, la pizza, ¿o qué otra cosa es lo que estamos haciendo acá? El adjetivo que le cabe es despelote, pero tratemos de organizarnos. Lo primero que sale es una porción de fugafaina con jamón que recuerda esas milanesas a la napolitana que desbordan el plato. Ni interesa si hay o no milanesa, mejor aún si abajo lo que hay es fainá. Eso primero, después la fainá que tiene todo lo que hay que tener. Con esto no hay historia, es o no es y ya está: esta es.
Y ahora sí, pizza, sin más vueltas. A la piedra, media
muzzarela, media con morrones. Menos es más y en este caso es más queso. No
hace falta pedir doble muzzerela, como dicen por ahí, y es de la buena. Pero en
serio, tanto que es imposible maniobrarla sin hacer lío y creemos que los
únicos que lo logran son los mozos, y hasta por ahí no más a pesar de que ya
dijimos que llegaron ahí junto con todo lo demás. El queso es todo. Un clásico
de la casa: la salsa está al medio, para no opacar, aunque tiene su poder y
ayuda a superar la vorágine de queso y aceitunas regordetas no aptas para
hipertensos. Y finalmente, podría parecer que va a pasar desapercibida por todo
lo demás pero no lo hace y si nadie se ofende tenemos que decir que la masa es
lo mejor: inflada en los bordes, tostada donde debe y dulce como un pancito
cuando tenemos la suerte de encontrar un pedazo inmaculado. Glorioso. Para
quienes saben encontrar el equilibrio de todos los componentes.
La Posta de Achával queda en Av. Directorio 1497 (CABA).