Un farol, un
portón, igual que en un tango. Jaimito no ostenta barrialidad tanguera así que
es más o menos, pero hay faroles y hay puerta, un interior con los indicadores
justos de que estamos en Boedo pero sin presumir de nada. Tampoco presumen de
haber inventado ninguna variedad de pizzas. Un exterior de ladrillos y un horno
ídem, que es lo que importa para una gloriosa pizza a la piedra en horno de
leña que es lo que promete el vidrio pintado. Un domingo a la noche hay poca
gente, lo que nos da la prioridad sobre el único mozo, sobrio, tradicional, sin
excesos de alegría, ni virtuosismo pero eficaz.



Nuestra primera impresión es que acá está bueno hasta el maní. Llega con la cerveza sin hacerse rogar y acompaña el d


La decoración vegetal incluye la genialidad de poner aceitunas verdes sin carozo. Es controversial, uno de nosotros pone reparos, pero finalmente les permite ser algo más que un prescindible accesorio. La salsa viene justo abajo. No es un error, sobrevuela al queso para marcar su territorio sin protagonismo. El queso que viene después no cambia mucho las cosas. Hace todo lo que tiene que hacer pero queda irremediablemente atrás del gran final que está vez es lo de abajo. Lo que acá hay que venir a comer es la masa. Aunque más no sea para darle qué hacer al grande hombre que la manosea bajo pedido y que podemos ver atrás del mostrador. Masa de pizza a la piedra, curvas de alguna inflamación, harina quemada sobre los bordes para probar la aptitud del horno, sea o no de la leña que se nos ha prometido. Cruje, contiene pero se deja vencer por el peso de sus ingredientes. Comerla con la mano implicaría un desafío de dobleces y sorbidos de cebolla. También nos somete a nosotros que la votamos como la mejor hasta el momento.
Ahora a lo que
importa. La gran estrella de la noche es la fainá, aunque más no sea porque cuando
se trata de garbanzos cuesta más conformarnos con cualquier cosa. Esa fue la
genialidad de nuestro pedido. Llega irresistiblemente antes que la pizza y
espera en su bandeja de aluminio, con los contornos oscilantes que delatan el
corte de una materia extensa. El pimentero que había venido antes le estaba
destinado pero creemos justo ignorarlo. No
hay nada que pueda mejorar esa solidez cremosa rematada, en sus dos caras, por
los desprendimientos dorados que hacen la felicidad.
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